Al principio le tenía miedo a la diabetes. Acá me hicieron estudios de todo tipo, más avanzados, más complejos. Me dan las gotas para el glaucoma y la medicación para la diabetes. Me atiendo con el diabetólogo y el oculista en el mismo día. Me dan todos los remedios y los anteojos. También las lapiceras con la insulina.
No sabía que tenía cataratas aunque veía nublado. No reconocía a mis vecinos y les pedía que gritaran mi nombre para ubicarlos, también me caía mucho porque no veía y me golpeaba. Ahora, después de la operación, veo bien, sólo necesito anteojos para ver de cerca. Antes me agarraba de la pared, ahora no, ya no me caigo. A las dos semanas de operada empecé a coser.
Cuando tuve mi primer embarazo quedé diabética. Yo trabajaba de empleada doméstica porque mi marido está sin trabajo pero tuve que dejar de trabajar porque no veía nada. Mi nena de 4 años fue prematura porque, aunque la diabetes la controlé muy bien, me agarró presión alta durante ese embarazo también.
Hace dos años, me acuerdo perfectamente que era un fin de semana, y lo asocio a los nervios, porque era un sábado y mi hijo no volvía de jugar a la pelota. Se hacía la noche y no venía. Empecé a ver rayita rayita y luego se oscureció, me quedé totalmente ciega. Me diagnosticaron retinopatía diabética.
Una vecina me recomendó venir acá. Le dije a mi marido: probemos. Gracias a Dios me operaron y dos meses después empecé a ver.
Ahora me toca a mí cuidarme. Tengo una nena chiquitita y quiero acompañarla a hacer cosas que creí que no iba a poder hacer.
Antes no podía estar sola, no podía bañarme, ni hacer la comida, ni hacerme un mate. Ahora hago todo eso. Incluso a veces salgo cerquita de mi casa a comprar el pan.